El último hablante de una lengua ancestral de la Amazonía
Por NICHOLAS CASEY
*Amadeo García García, la última persona que habla taushiro con fluidez, en Intuto, Perú. Credit Ben C. Solomon/The New York Times
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INTUTO, Perú — Amadeo García García se dirigió río arriba en su canoa y se adentró al campamento oculto y repleto de trampas donde su hermano Juan agonizaba.
Juan se retorcía de dolor y se sacudía incontrolablemente a medida que aumentaba su fiebre, pues luchaba contra el paludismo. Mientras Amadeo lo consolaba, el hombre enfermo balbuceaba palabras que ya nadie más en la Tierra entendía.
"Je'intavea'", dijo aquel día sofocante de 1999: "Estoy muy enfermo".
Hablaba en taushiro. La lengua, un misterio para lingüistas y antropólogos por igual, era hablada por una tribu que desapareció en la selva de la cuenca del Amazonas en Perú hace generaciones, con la esperanza de salvarse de los invasores, cuyas armas y enfermedades la habían llevado al borde de la extinción.
Una curva del "río salvaje", como lo llamaban, albergaba a los dos hermanos y a los otros 15 miembros restantes de su tribu. El clan protegía su pequeño asentamiento con un círculo de fosas profundas, habilidosamente ocultas bajo una delgada cubierta de hojas y ramas. Conservaban jaurías de perros de ataque para evitar que los foráneos se acercaran. Incluso para finales del siglo XX, pocas personas habían visto a los taushiro o escuchado su lengua más allá de algún cazador ocasional, unos cuantos misioneros cristianos y los recolectores de caucho armados que llegaron por lo menos dos veces a esclavizar a la pequeña tribu.
Pero al final fue inútil. Sin rifles ni medicinas, se estaban muriendo.
Un jaguar mató a uno de los niños mientras dormía. Dos hermanos más fallecieron a causa de mordeduras de serpiente. Un niño se ahogó en una corriente. Un joven se desangró hasta morir mientras cazaba en la selva.
Después llegaron las enfermedades. Primero el sarampión, que se llevó a la madre de Juan y Amadeo. Finalmente, una cepa mortal de paludismo asesinó a su padre, el patriarca de la tribu. Enterraron su cuerpo en el piso de su casa antes de que la estructura fuera incendiada por completo, según la tradición taushiro.
Cuando Amadeo llevó a rastras hasta la canoa a su hermano agonizante ese día, eran los únicos que quedaban, los últimos de una cultura que alguna vez contó con miles de personas. Amadeo fue a un pueblo distante, Intuto, donde había una clínica. Una multitud se reunió en el pequeño muelle del río para ver quién era el extraño agonizante, vestido solo con un taparrabo hecho de hojas de palma.
Pronto Juan dejó de temblar y se puso rígido. Perdía y recobraba la conciencia; finalmente, alzó la vista hacia Amadeo.
"Ta va'a ui", dijo por último. "Estoy muriendo".
La campana de la iglesia retumbó esa tarde para informar a los aldeanos que aquel visitante inusual había muerto.
"Lo extraño fue lo callado que estaba Amadeo", dijo Tomás Villalobos, un misionero cristiano que estuvo con él cuando murió Juan. "Le pregunté: '¿Cómo te sientes?', y me dijo: 'Ya se acabó todo para nosotros'".
Amadeo lo dijo con pausas, en un español vacilante, la única manera en que podría comunicarse con el mundo a partir de ese momento. Ya nadie más hablaba su lengua. La supervivencia de su cultura de pronto se había reducido a un solo hombre.
Una carga inesperada
La historia humana puede rastrearse a través de la propagación de las lenguas. Los fenicios se extendieron a través de las antiguas rutas comerciales del Mediterráneo; llevaron el alfabeto a los griegos y la alfabetización, a los europeos. El inglés, que alguna vez fue una pequeña lengua que se hablaba en el sur del Reino Unido, ahora es la lengua madre de cientos de millones de personas en todo el mundo. Los dialectos chinos son hablados por más de mil millones de habitantes.
Sin embargo, todo el destino del pueblo taushiro ahora recae en este último hablante, una persona que jamás esperó tener una carga como esa y que ha pasado gran parte de su vida abrumado por eso.
"Así le pasa a Amadeo: casi nadie lo entiende cuando habla su lengua", dijo William Manihuari, mientras veía a Amadeo, que pescaba solo desde una canoa.
"Y cuando muera no quedará nadie", agregó José Sandi, un niño de 12 años que también lo observaba.
Las aguas del Amazonas peruano alguna vez fueron un vasto almacén lingüístico, un lugar donde en cada curva del río se podía encontrar un dialecto diferente, a menudo completamente inteligible para las personas que vivían tan solo a unos kilómetros. No obstante, en el último siglo, al menos 37 lenguas han desaparecido tan solo en Perú, perdidas en el choque constante de la expansión nacional, la migración, la urbanización y la búsqueda de recursos naturales. Quedan 47 lenguas en Perú, según los cálculos de los académicos, y casi la mitad de ellas están en riesgo de desaparecer.
Llegué a la avanzada del río de Intuto —a diez horas en lancha desde la ciudad más cercana—, para averiguar cómo fue que los taushiro, al igual que muchas otras culturas, habían llegado a su fin. El viaje comenzó por documentos lingüísticos y bosquejos históricos olvidados. Incluso me llevó a Puerto Rico, un lugar azotado por los huracanes, donde una misionera cristiana jubilada buscó entre las últimas fotografías existentes de los taushiro, casi derramando lágrimas mientras las veía por primera vez en años.
Y me trajo aquí, a la ribera de un río pardo y limoso, donde toda la experiencia acumulada del pueblo taushiro se mecía a solas en una hamaca: un hombre de alrededor de 70 años cuya memoria estaba desvaneciéndose y cuyo dominio de la lengua se le iba olvidando porque no tenía con quién hablarla.
"En cualquier momento podría desaparecer; mi vida terminará, pero no sabemos cuándo", dijo Amadeo estoicamente. "Los taushiro no pensamos en la muerte. Simplemente seguimos adelante".
Sabe que eso no es cierto, que los taushiro ya no pueden seguir adelante. Eso lo exaspera, y a veces se pregunta qué tan culpable es de eso, o si la extinción de su pueblo es importante realmente.
"A veces ya no me importa", dijo.
Los taushiro estuvieron entre los últimos cazadores-recolectores del mundo, vivían como refugiados en su propio país, vagaban por los pantanos de la cuenca del Amazonas con cerbatanas llamadas pucuna y pescaban en pequeños botes llamados tenete. Si querían contar, en su lengua solo tenían palabras para los números uno, dos, tres y muchos. Y para cuando nació Amadeo, su población había disminuido tan drásticamente que no tenían nombres en el sentido tradicional: el padre de Amadeo simplemente era iya, o padre, su madre iño, o madre, su hermana y hermano ukuka y ukuñuka.
Las lenguas generalmente se transmiten a través de las familias, pero Amadeo desintegró la suya décadas antes de darse cuenta de cuáles serían las consecuencias para su cultura y su lugar en la historia. Aún tiene cinco hijos esparcidos por toda América. Pero después de que su esposa lo dejara en los ochenta, los llevó a un orfanato cuando aún eran muy jóvenes, pensando que eso era más seguro que una vida en la que los traficantes secuestran a los niños o se pierden en la guerra. Ninguno de ellos vivió con él después de eso. Jamás aprendieron su lengua.
"Las lenguas que están en esa situación crítica, muchas veces parece que ya tienen su destino sellado; es decir: resulta difícil recuperar una lengua en esa etapa", dijo Agustín Panizo, un lingüista del gobierno que intenta documentar el taushiro. "Amadeo García quiere que el taushiro regrese. Lo quiere, sueña con él, lo anhela y sufre al saber que es el último hablante".
Ahora Amadeo vive solo en una casa de madera detrás de la torre de agua del pueblo y pasa muchos de sus últimos días bebiendo. Desesperado por hablar y escuchar a lo que sea en taushiro, se sienta solo en su porche por la mañana, recitando la única literatura que se escribió en su lengua: los versos de la Biblia traducidos al taushiro por misioneros que buscaban convertir a la tribu hace años.
"Ine aconahive ite chi yi tua tieya ana na'que I'yo lo'", leyó en voz alta una mañana. Era la historia de Lot, del Génesis. Lot y su familia se vuelven los únicos sobrevivientes de su ciudad cuando Dios destruye Sodoma y Gomorra. Lot pierde a su esposa cuando ella voltea a ver la destrucción, desobedeciendo a Dios.
Amadeo vive junto a los habitantes de Intuto, pero no con ellos; a menudo pasa por donde están en un estupor silencioso. Mario Tapuy, un hombre de 74 años que conoció a Amadeo cuando era niño y vivía en la selva, dijo que muchas veces había intentado sacar a Amadeo del bar para que les enseñara su lengua a otros.
Tapuy, quien habla su propia lengua indígena, el kichwa, dijo que se había dado cuenta hace años de que el futuro de los taushiro se reduciría a Amadeo, independientemente de que él quisiera esa responsabilidad o no.
"Se lo dije muchas veces", dijo Tapuy. "Él escucha, pero no lo registra en su cerebro".
Llegué a Intuto con una lingüista llamada Juanita Pérez Ríos, que había conocido a Amadeo durante años y me lo presentó ese día. Por la tarde, Amadeo quería hablarle a su hijo Daniel, que vive en Lima, y Pérez le prestó su teléfono. Habían pasado muchos meses desde la última vez que habían hablado.
"Me caí en la jungla", le dijo Amadeo a su hijo. "Estoy cojeando un poco".
"Debes ser cuidadoso", le dijo Daniel.
Los dos hablaron en español, lo cual a veces es difícil para Amadeo.
"Mis hermanos me dijeron que te has estado emborrachando un poco", lo reprendió Daniel. "Debes dejar de hacer eso ya".
Después hubo una pausa.
"Te quiero mucho, ¿entiendes?", dijo Daniel. La llamada terminó.
Amadeo se sentó en su casa durante algunos minutos, mirando la noche mientras los sonidos de la selva se escuchaban cada vez más. Se podía oír a las familias que cocinaban la cena en la distancia.
"Dicen que me quieren, pero jamás vienen", dijo.
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Amadeo pescando cerca de Intuto. La Amazonía peruana fue alguna vez un almacén lingüistico vasto, pero en el último siglo al menos 37 lenguas han desaparecido tan solo en Perú. Credit Ben C. Solomon/The New York Times
Una era de caucho y esclavitud
Los problemas comenzaron con el caucho.
Los taushiro y otros grupos indígenas habían cultivado desde hacía mucho una sustancia blanca y pegajosa que salía de ciertos árboles y con eso cubrían su ropa y la hacían impermeable. Pero para el siglo XIX, los europeos también habían descubierto la utilidad del caucho, lo que desató una fiebre.
Las empresas europeas y estadounidenses bajaron a las selvas y esclavizaron a las poblaciones indígenas para apoderarse del caucho mientras construían enormes palacios en las tierras que habían dejado atrás. La mortal Era del Caucho había comenzado en la Amazonía.
En muchas zonas, hasta el 90 por ciento de la población indígena murió por las enfermedades y los trabajos forzados, dicen los investigadores. Miles se mudaron a las ciudades recién asentadas. Pero los taushiro, junto con muchas otras tribus, tomaron otra ruta: decidieron desaparecer.
Los primeros recuerdos de Amadeo sobre el asentamiento taushiro oculto de Aucayacu siguen estando en la bruma de un lugar donde se desconocía la escritura y no se mantuvo registro alguno, ni siquiera de su nacimiento, que según él ocurrió en algún momento de los años cuarenta. Su primer recuerdo es el de haber caminado desnudo a través de la selva durante una tormenta, mientras la lluvia le corría por todo el cuerpo.
El contacto con el mundo exterior era escaso y a menudo violento.
Primero llegó un recolector de caucho en busca de esclavos. Con machetes y rifles encontró Aucayacu con cuatro de sus hombres y le ordenaron a la tribu que trabajara. Amadeo y su familia pasaron días extenuantes drenando el caucho de los troncos de los árboles y formando con él bloques que el comerciante vendería río abajo.
El recolector obligó a la hermana casada de Amadeo a que tuviera relaciones sexuales con él; después casi la mató a golpes con un pedazo de madera. Su esposo le arrojó una lanza y jamás volvieron a verlo por ahí de nuevo.
Poco después, otro recolector de caucho tomó su lugar. Quizá después de enterarse del destino de su predecesor, el nuevo recolector decidió dar su rifle a cambio de trabajo, en vez de apuntarlo hacia los taushiro.
También les dio algo más. Puesto que no podía distinguirlos entre sus trabajadores, los puso en una fila y les dio nombres en español: Margarita, Andrés, Magdalena, César, Antonio. El niño más pequeño era Amadeo. Como no tenían apellido, a los taushiro les dieron dos: García García.
El cristianismo
Un día, el suelo comenzó a temblar y el mundo dio otro paso hacia Amadeo.
No era un terremoto, sino el equipo de pruebas de la Occidental Petroleum Corporation, una empresa estadounidenses que había llegado a Perú. El caucho había decaído desde hacía tiempo en el Amazonas. Ahora los extranjeros iban tras el petróleo.
Entre los perforadores se corrió la voz de que un grupo indígena estaba oculto en uno de las afluentes del río Tigre. La corporación Occidental envió un avión y un vigía con binoculares para ubicar a la tribu.
Fue la primera vez que Amadeo vio a alguien volar. Era 1971.
"Estaban tan cerca del suelo que podía ver sus rostros que nos observaban", dijo Amadeo.
Con las coordinadas de los taushiro en mano, el contacto fue inevitable. Pero en vez de enviar a uno de los suyos, la empresa petrolera recurrió a un grupo de evangelistas cristianos para darles una misión inusual.
El Instituto de Lingüística de Verano había sido fundado cuatro décadas antes por un ministro evangélico que quería traducir la Biblia a cada una de las lenguas que aún se hablaban. Para los años setenta, el grupo se había convertido en una presencia común en las selvas de América Latina, a menudo bajo contratos del gobierno para programas de alfabetización.
El contacto —seguido de la conversión— era la meta de los lingüistas cristianos. A veces la misión resultaba mortal.
En 1956, después de arrojarle regalos al pueblo waorani, el cual no había sido contactado, una tribu alojada en una ribera en Ecuador asesinó con lanzas a cinco misioneros. Sin dejarse intimidar, el instituto envió a una hermana de uno de los cinco misioneros muertos para que una vez más intentaran contactar con los waorani, quienes dejaron que la extranjera y su familia vivieran entre ellos. Así convirtieron a la tribu.
En 1971, Daniel Velie se acercó a los bordes del asentamiento taushiro y pasó a través de las trampas y los perros que ladraban. Desde la parte de atrás de una canoa sacó un dispositivo pesado para hacer las primeras grabaciones de su lengua.
Pero los taushiro no estaban en condiciones de hablar.
Una enfermedad había arrasado la aldea. Cuando Velie llegó, siete taushiros estaban agonizando. Sacó un botiquín de primeros auxilios y les dio penicilina, el primer antibiótico que los taushiro habían tomado. Cuando se recuperaron, Velie anotó las primeras 200 palabras de un glosario taushiro.
Con ademanes, el grupo le expresó su agradecimiento al misionero. Pero Velie quería algo a cambio. Terminó por pedirle a Amadeo —que habría tenido entonces veintitantos años— que regresara con él y comenzara a enseñarle la lengua a otros.
"Dijeron que sí, que Amadeo iría; estaban muy agradecidos de que los salvaran", explicó Nectali Alicea, la lingüista que pronto pusieron a cargo del proyecto taushiro en el instituto de lenguas. "La medicina fue la clave".
Alicea era una joven puertorriqueña egresada de Ciencias Sociales. Ya se había embarcado en misiones a México como parte de su instrucción con el instituto, que le enseñó las estructuras de las lenguas en su campamento de verano anual en Oklahoma. Para Alicea, como con muchos de los misioneros, las lenguas eran un puente al cristianismo.
"No puedes evangelizar en español", dijo.
Una de sus fotografías de 1972 muestra a Amadeo subiendo a un avión por primera vez, camino a las instalaciones del instituto afuera de la ciudad peruana de Pucallpa. Un nuevo mundo de primeras experiencias se abría para él: de caminos y aceras, de pollo, que jamás había comido. Amadeo durmió en el suelo, pues no estaba acostumbrado a las camas. Durante días enteros, Alicea tomó dictado de su lengua como preparación para conocer a los taushiro en la selva.
Llegó a su campamento secreto aquel junio con un médico misionero de Georgia, su esposa y su hijo para una visita de dos semanas. Los taushiro les dieron la bienvenida a ellos y a la tecnología de grabación que trajeron, junto con la medicina, los machetes y la comida.
"El padre me abrazaba y no me soltaba", escribió Alicea en su diario, acerca de uno de los hombres taushiro. "Olvidaría mi tierra y me quedaría aquí, dijo".
Comenzó a seguir algunas de sus conversaciones, aprendiendo suficiente taushiro para preguntarle a un hombre del clan por qué jamás nadaba. A pesar de vivir al lado del río, los taushiro evitaban incluso caminar por ahí y se lavaban desde la seguridad de una canoa. El hombre explicó que bajo el agua acechaban boas constrictor a la espera de atacar.
Alicea y los misioneros que la acompañaban se quitaron sus prendas hasta quedar en ropa interior y entraron al río, riendo y salpicándose.
"Cuando nos vieron en el agua, algo cambió", dijo Alicea, y agregó que el suceso había provocado que los taushiro cuestionaran sus antiguas creencias. "Nos preguntaron cómo lo hicimos. Y les respondimos: 'Porque tenemos un Espíritu más fuerte que la boa'".
Alicea sacó una Biblia.
Años antes, los taushiro habían recibido nombres cristianos. Ahora adoptarían el cristianismo.
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Amadeo afuera de la casa de madera donde vive solo. Credit Ben C. Solomon/The New York Times
Una vida de aislamiento
Cuando Amadeo, el más joven de los taushiro, llegó con una niña llamada Margarita Machoa y declaró que sería su esposa, hubo un suspiro de alivio en Aucayacu. El linaje de los taushiro continuaría.
"Se enamoró de mí", dijo Amadeo, y recordó cómo él y Margarita habían jugado con sus muñecas después de conocerse.
Amadeo era un adulto. Margarita tenía 12 años.
Poco después, Amadeo terminó en la cárcel, arrestado por pedido del padre de la niña. Dijo que Margarita era demasiado joven para darle a Amadeo su consentimiento.
Al final, fue Alicea, la lingüista, quien fungió de mediadora para negociar la liberación de Amadeo, argumentando que la ley peruana les permitía a los hombres indígenas casarse según sus costumbres. Convertir el clan al cristianismo era posible, creía Alicea, pero había límites para los cambios.
"Era típico entre los nativos; lo había visto con los candoshi, con el pueblo sharpas", dijo Alicea. "Había niñas muy jóvenes con el hombre más viejo. Por lo menos este caso era mejor".
En cuestión de meses, Margarita estaba embarazada del primer hijo de Amadeo, una niña a la que llamaron Margarita. La bebé fue la primera de cinco.
Amadeo y Alicea continuaron su trabajo grabando la lengua taushiro, combatiendo la presión de los misioneros de pasar a otros grupos. Amadeo le había dado a Alicea un nombre taushiro, ukuka, o hermana, y ella lo llamó ukuañuka, o hermano menor.
Durante el nacimiento de su último hijo, también llamado Amadeo, Alicea le cortó el cordón umbilical al lado del río. Los dos se estaban haciendo inseparables, trabajaban muchas horas para documentar las palabras en taushiro.
"Ella le preguntaba: '¿Cómo se llama esto?'", recordó Amadeo. "'¿Cómo dices uña? ¿Cómo dices dedo?'".
Amadeo les enseñó a sus hijos las costumbres del clan, sobre todo a David, Daniel y Jonathan, quienes se estaban haciendo ágiles con las cerbatanas y las lanzas. Temprano por las mañanas, los llevaba a recolectar hojas de palma que habían dejado cerca de los nidos de termitas un día antes. Las hojas estaban cubiertas de insectos: carnada para pescar, una técnica que los taushiro habían utilizado durante generaciones.
Sin embargo, los peligros de la selva siempre estaban presentes.
"Mi padre decía antes de que nos fuéramos a dormir: 'Recuerden, un tigre puede venir por ustedes'", dijo Jonathan, utilizando una palabra común para decir jaguar.
La cultura taushiro, particularmente su lengua, aisló a la esposa de Amadeo, Margarita, que venía de una tribu distinta y no podía comunicarse con nadie en taushiro. Ni siquiera podía hablar con su propio esposo, excepto en español deficiente. Pasó largos días sola con sus hijos, a veces gritándoles o golpeándolos por su frustración.
"Puesto que se casó joven, no maduró", dijo su hija, también llamada Margarita, quien recuerda que su madre la empujó de la canoa cuando ella apenas podía nadar. "No es lo mismo jugar con una muñeca que jugar con alguien de carne y hueso".
En 1984, después de que nació su quinto hijo, Amadeo llevó a la familia a una aldea donde trabajó en una construcción durante varios meses. Los vecinos dijeron que la pareja discutía con frecuencia. Podían oír los gritos de Margarita cuando Amadeo la golpeaba.
Margarita, dijo su hija, había comenzado una relación con un hombre de su edad. Cuando Amadeo se enteró, la atacó de nuevo.
Fue la última golpiza que soportó.
"Se fue esa noche y no dijo nada", contó su hija.
Dejando la selva
La partida repentina de su madre devastó a la familia. Sin ella, Amadeo se convirtió en el único cuidador de cinco niños. La división de trabajo entre géneros había sido estricta entre los taushiro: los hombres pasaban el día cazando comida y las mujeres criando a los niños.
"Yo no sabía nada sobre cómo cuidarlos", dijo Amadeo.
Con sus familiares en Aucayacu disminuyendo a causa de la edad o las enfermedades, Amadeo decidió irse del campamento y dirigirse a las instalaciones del instituto cerca de Pucallpa, a varios cientos de kilómetros de distancia. No se dio cuenta de que sus hijos se iban de la selva para siempre.
En la ciudad, Amadeo se hundió en la desolación y el alcoholismo. El licor estaba disponible en el pueblo.
"Se emborrachaba, insultaba a la gente", dijo Mario Tapuy Paredes, un amigo de entonces.
Aun así, Amadeo se aferró al proyecto que había anclado la mayoría de su vida adulta y documentó el taushiro con los misioneros. Él y Alicea habían avanzado más allá de un diccionario básico y libros de gramática hasta llegar a las primeras traducciones de la Biblia, incluyendo partes del Génesis y secciones de libros del Nuevo Testamento, como los Evangelios.
Sin embargo, para que la lengua sobreviviera más allá de los libros, necesitaba hacerlo a través de los hijos de Amadeo; si de por sí no estaba claro que pudiera mantenerlos a salvo, parecía menos posible enseñarles taushiro.
Un día, cuando Amadeo estaba afuera de la casa, una mujer se acercó a Margarita, entonces de 9 años, para ofrecerle comida. Ella siguió a la mujer a un taxi, que se alejó a toda velocidad con ella. Alicea llamó a la policía, que rescató a la niña antes de que partiera en el bote donde su secuestradora planeaba llevársela a una red de trata de niños.
El secuestro conmocionó a Amadeo. Abrumado, decidió finalmente poner a los niños en un orfanato.
Fue una época solitaria y problemática para ellos pero en 1989, un trabajador social visitó a Alicea con una petición. Como tenían 40 niños el orfanato estaba saturado, y los insurgentes senderistas de Perú estaban llevando a cabo masacres en ciudades cercanas.
¿Acaso Alicea podría adoptar a los niños taushiro?, preguntó el trabajador del orfanato. Alicea, entonces de alrededor de 50 años, se convertiría así en la madre de los cinco últimos niños taushiro del mundo.
Pero había un obstáculo. Su propia madre, de alrededor de 70 años, se estaba enfermando en Puerto Rico. Alicea quería regresar a cuidarla.
Esto confrontó a la lingüista con la decisión más difícil de su carrera: salvar la lengua y la cultura taushiro o salvar a los niños que había conocido desde su nacimiento y a los que había llegado a amar.
Todos se dieron cuenta de las contradicciones.
Primero Amadeo, uno de los últimos de su pueblo, quien había pasado su vida adulta tratando de asegurarse de que perdurara su lengua, había renunciado a sus propios hijos, con lo que virtualmente garantizó que jamás lo transmitirían.
Luego Alicea, quien se había dedicado durante casi dos décadas a documentar y preservar el estilo de vida taushiro, estaba llevando a los pocos descendientes que quedaban a un país distante, para que fueran criados en una cultura completamente distinta que borraría eficazmente a la suya.
"Antes que nada, era cristiana ", dijo y explicó que su obligación principal era el bienestar de los niños.
La decisión de Alicea de llevar a los niños a Puerto Rico sigue siendo impactante para los lingüistas que saben del taushiro, quienes argumentan que su decisión garantizó su extinción.
"Jamás he escuchado una historia equivalente en ninguna otra parte; en cualquier círculo académico, eso se habría considerado un suceso poco ético", dijo Zachary O'Hagan, un estudiante del doctorado en Lingüística en la Universidad de California, Berkeley, que ha hecho investigación con Amadeo en Perú.
"Cuando una lengua como esa desaparece, has perdido un punto de referencia clave para estudiar qué propiedades universales existen en todas las lenguas", dijo O'Hagan.
Sin embargo, Alicea dijo que era poco probable que Amadeo les hubiera enseñado taushiro a sus hijos bajo esas circunstancias. Añadió que, en ese entonces, no imaginó un futuro en el que Amadeo sería el último de su tribu.
En 1990 adoptó a los niños y les puso su apellido. La familia se mudó al otro lado del hemisferio.
"Me encanta la lengua", dijo Alicea. "Pero amo a la gente más que a la lengua. Con la bendición de Dios, esos niños tuvieron un futuro".
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Temprano por la mañana en Intuto Credit Ben C. Solomon/The New York Times
Choque cultural
El cambio fue enorme para los niños.
Habían nacido en una tribu aislada en la Amazonía y los abandonaron en un orfanato. De pronto, los transportaron a una mancomunidad de Estados Unidos, con calles llenas de vehículos que se detenían en la hora pico y altos edificios en San Juan.
El ruido de la música en los clubes nocturnos se extendía durante toda la noche. Vieron el Caribe por primera vez. Alicea se convirtió en su guía en el nuevo mundo y los llevó de vacaciones a Nueva York. Sus fotos de principios de los noventa muestran a los niños taushiro jugando en la nieve.
El ajuste fue distinto para cada uno de los niños mientras se asentaban en San Lorenzo, el hogar de Alicea en el centro de la isla. Margarita, la más extrovertida, hizo amigos nuevos rápidamente. Amadeo hijo, el más joven, de 6 años, adoptó un acento puertorriqueño. Sin embargo, sus facciones indígenas eran una curiosidad para sus compañeros de clase. En vez de decir que era taushiro, les dijo a sus amigos que su padre era japonés.
David, el mayor de los cinco y uno de los que recordaban mejor la vida en la selva, fue el primero en meterse en problemas.
A medida que pasaban los años, comenzó a enardecerse. En la secundaria sus profesores temían sus arrebatos. Alicea comenzó a notar que faltaba dinero de su cartera.
Una noche, Alicea lo enfrentó en la sala. Eso provocó un altercado que terminó cuando ella llamó a la policía.
"Quiero que decidas si quieres quedarte aquí, si quieres ser estadounidense o peruano", recordó haberle dicho. "Lo amaba y aún lo amo".
Dos de los hermanos, Jonathan y Daniel, decidieron regresar con su padre.
Los años en soledad habían sido difíciles para Amadeo. Cada vez más dependiente del alcohol, que solo estaba disponible en los pueblos, Amadeo se quedó en Intuto y vivió recluido, aún durmiendo en el suelo como lo había hecho en Aucayacu. Ahora cazaba con un rifle en vez de una cerbatana e iba a la selva la mayoría de los días para cazar algo que pudiera vender.
"Cuando salíamos, él acampaba solo", recordó Jorge Choclón, quien a veces cazaba con Amadeo. "Esa era su comportamiento. Y no le gustaba la sociedad".
Sin embargo, esperando en el muelle en 1994 la llegada de Jonathan y Daniel, Amadeo se llenó de esperanza otra vez. Padre e hijos, reunidos otra vez, se abrazaron.
Aunque no podían hablar la lengua, Amadeo estaba ansioso por llevar de regreso a sus hijos a las tradiciones de su pueblo. Él y Jonathan despertaban a las 5:00 para cazar y regresaban después del atardecer. Llevó a los niños a lo que quedaba del asentamiento taushiro en Aucayacu, donde solo sobrevivían su padre y algunos familiares.
Jonathan se sentía ajeno al lugar, incapaz de comunicarse con nadie ahí.
"Mi abuelo solo podía decir mi nombre", recordó. "Yo me había acostumbrado a Puerto Rico. Ahora me sentía más de allá. Lloré toda la noche".
La oportunidad de aprender taushiro parecía perdida. Los chicos eran adolescentes y ya habían pasado la edad en la que los niños generalmente aprenden rápidamente la lengua de sus padres. El español aún era la lengua que escuchaban en la escuela la mayor parte del día y en Intuto aún había un estigma cuando se trataba de las lenguas indígenas.
"Apenas podía decir algunas palabras… madre, padre, eso era todo", dijo Jonathan.
La llegada de David, el hermano mayor, en 1996, trajo nuevos desafíos. Villalobos, el misionero cristiano que dirigía la escuela en Intuto, dijo que la furia de David lo había seguido hasta Perú. El chico rara vez hacía la tarea y se sabía que llevaba un cuchillo por el pueblo; una vez amenazó con apuñalar a uno de sus compañeros de clase, dijo Villalobos.
Además, Amadeo seguía bebiendo.
Un día, José Álvarez, un misionero, fue a visitar a Amadeo a su casa en las afueras del pueblo. Amadeo le dijo en español que estaba enfermo, pero después de un momento Álvarez dijo que se dio cuenta de que Amadeo estaba intentando decir que estaba deprimido, sin poder encontrar la palabra correcta. Amadeo comenzó a llorar; fue la primera vez que Álvarez lo vio expresar sus emociones.
"Habló llorando de sus hijos, de que no querían venir a verlo, de que no querían saber casi nada de él ni de sus orígenes taushiro, la lengua ni la cultura", escribió Álvarez en una carta entonces.
Álvarez agregó: "Sentí en esos momentos el profundo dolor que probablemente sentía ese hombre, el último taushiro, de que la saga de su gente definitivamente acabaría con él".
La lengua taushiro se había reducido a sus últimos cinco hablantes: Amadeo y cuatro miembros de la familia que se aferraban desesperadamente a la vida en su campamento en Aucayacu. Incluso ese pequeño número estaba a punto de colapsar.
El primero en morir fue un hermano de Amadeo que desde hacía mucho no podía caminar, ya que había quedado paralizado años antes, tras la mordedura de una serpiente. Después, la tía de Amadeo despertó un día con dolor de garganta, fiebre y erupciones enrojecidas en todo el cuerpo, los primeros signos de sarampión. Los misioneros se habían ido del campamento hacía años y ella murió sin tratamiento.
Después llegó el paludismo. A finales de los noventa, una cepa mortal comenzó a avanzar río arriba al norte de Perú. El padre de Amadeo se enfermó y murió. Ahora únicamente quedaba Juan, el último hermano de Amadeo, que vivía en soledad en las ruinas del asentamiento donde había crecido, con perros como compañía.
En 1999 Amadeo arrastró a su hermano agonizante desde la canoa y los dos hablaron en taushiro por última vez.
"Ellos me dijeron: 'No llores; tu hermano está con el Señor'", recordó Amadeo.
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Amadeo en el río Tigre. Sus cinco hijos están repartidos por toda América. Credit Ben C. Solomon/The New York Times
Una carrera contra el tiempo
Casi veinte años después, Amadeo caminó a través de un cementerio cubierto de vegetación, el lugar donde había enterrado a su hermano. La cruz de madera se había caído. El nombre de Juan García apenas se veía donde lo habían grabado en uno de los extremos.
"Cuando me muera, yo también estaré aquí", dijo Amadeo ese día, más tarde. "Soy viejo y desapareceré en cualquier momento".
Sin embargo, incluso en el ocaso de la vida de Amadeo, algunos tienen la esperanza de que alguna parte de la lengua taushiro persista después de su muerte.
Este año, el Ministerio de Cultura de Perú decidió seguir con el trabajo que comenzó Alicea. Trabajando con Amadeo, lingüistas del gobierno han creado un base de datos de 1500 palabras taushiro, 27 historias y tres canciones. Tienen planes de hacer que las grabaciones de Amadeo estén disponibles para los académicos u otras personas interesadas en la lengua.
Es una carrera contra el tiempo… y contra la memoria de Amadeo, que a veces le falla después de tantos años de no tener nadie con quién hablar en taushiro.
Sin embargo, los lingüistas involucrados en la obra dicen que incluso si el taushiro muere con Amadeo, por lo menos se conservará un registro de la lengua.
"Es la primera vez que Perú ha hecho este tipo de gesto", dijo Panizo, el lingüista que encabeza el proyecto.
En febrero pasado, el gobierno llevó a Amadeo en avión a Lima y le dio una medalla por su contribución a la cultura peruana. La atención repentina fue impactante para Amadeo, junto con las calles abarrotadas de Lima y las entrevistas con los medios locales.
Aun así, sonrió mientras una multitud se reunía para celebrar una ceremonia que honraba a varios activistas indígenas que hablaban sus lenguas. Los funcionarios del gobierno dieron apasionados discursos acerca de la importancia de preservar las 47 lenguas indígenas que quedan en el país. Amadeo dijo algunas palabras en taushiro.
Aunque sabía que no les había transmitido su lengua a sus cinco hijos, se consoló con el hecho de que estaban a salvo. No habían sufrido el destino de sus familiares, quienes habían muerto en la selva. Uno de ellos, Daniel, incluso estuvo en la audiencia ese día para verlo.
Después de la ceremonia, los dos se abrazaron. Daniel le presentó a Amadeo a su hija de seis años; fue la primera vez que Amadeo veía a su nieta.
"Solo quiero estar orgulloso de mi padre, de la tribu que fuimos, en la que nací, donde vivimos", dijo Daniel, que trabaja como obrero en Lima.
Una tarde, este verano, Amadeo se sentó sol y comenzó a hablar su lengua; decía una oración en taushiro y después la traducía al español, antes de repetir el proceso. Se hacía tarde, los grillos y las ranas se escuchaban cada vez más, y Amadeo alzó la voz por encima de esos sonidos.
"Soy taushiro", dijo. "Tengo algo que nadie más en el mundo tiene. Un día, cuando esté muerto, espero que el mundo lo recuerde".
Juanita Pérez Ríos y Andrea Zárate colaboraron con este reportaje desde Intuto y Waldemar Serrano Burgos, desde San Lorenzo, Puerto Rico.
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